El documento de la OECD clasifica los productos de la IQ como:
A) De la química básica, que a su vez puede comprender:
a. Productos a granel: amonia, gases, ácidos, sales, petroquímicos: benceno, etileno, propileno, xileno, tolueno, butadieno, metano, butileno.
b. Productos terminados: fertilizantes, química industrial, plásticos, óxido de propileno, resinas, elastómeros, fibras y colorantes);
B) De la química especializada (productos de hule y plástico, pinturas y selladores, adhesivos, catalizadores, recubrimientos, aditivos etc);
C) Del cuidado personal (Jabón, detergentes, blanqueadores, productos para el pelo y la piel, fragancias, etc);
D) De la química de las biociencias (farmacéuticos, agroquímicos, biotecnología), y finalmente
E) los que van a otras industrias, como la metálica, vidrio, automóviles (ej., fluidos), papel y textiles, por ejemplo.
Esto es, la IQ utiliza materias primas básicas tales como petróleo, gas, aire, agua y minerales para producir materiales básicos que después son usados para otras manufacturas más especializadas. Muchos de estos productos finales pueden usarse a su vez en otros productos tales como, por ejemplo, aparatos electrónicos. Es decir, la IQ ha estado fabricando productos muy diversos e innovadores, que han tenido un enorme impacto en la forma de nuestra civilización pero que, en última instancia, no ofrecen productos radicalmente distintos respecto a la actividad humana (por ejemplo, antes de los plaguicidas químicos ya se cultivaba la tierra y se producían alimentos. El control químico de plagas y los fertilizantes sintéticos permitieron hacerlo de otra manera, pero el producto era esencialmente el mismo). La resultante es mixta: actividades facilitadas y especificaciones deslumbrantes, pero también impactos graves en el ambiente y en la salud. Una tecnología que sí ha generado actividades radicalmente diferentes es, por ejemplo, la electrónica.
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